Ananta es un mundo en el que cohabitan miles de millones de especies
diferentes. Algunos continentes evolucionaron al margen del resto. Es el caso
de Kalpana, una tierra creada por Tat-Hogsta y sus hermanos hace milenios.
Como ocurre en la mayoría de las veces, unos cuantos se alzaron sobre los
demás, convirtiéndose en sus soberanos, ya fuese por la fuerza, por su carisma
o por su buen juicio.
Los Reyes de Kalpana fueron seducidos por los espíritus malignos y
repudiaron a los Dioses. Kalpana fue cayendo casi en su totalidad bajo el yugo
de los Reyes, que aniquilaron y esclavizaron a todos aquellos que se les
oponían.
Con el paso del tiempo apareció la Krura: un grupo de fanáticos que, con
el beneplácito de los Reyes, actuaban cada vez con más violencia contra los
fieles devotos de los Dioses, llegando hasta el punto de encarcelarlos, torturarlos
e incluso ejecutarlos.
Los habitantes de Kalpana fueron abandonando sus creencias, pero no
todos. En el norte de Kalpana, en Uttara, estaba el Santuario de los Dioses,
donde se asentaron algunos de los fieles. Otros rezaban en secreto,
perpetuamente amenazados, incapaces de emprender el largo e inclemente camino
hasta Kloster.
La situación se tornó crítica. Los Dioses debían su poder a la fe de
todos los seres inteligentes de Kalpana. Cada vez los que creían en ellos
fueron disminuyendo más en número y Tat-Hogsta y sus hermanos se debilitaron.
Pero había una forma de recuperar su poder e incluso conseguir más, aunque era
arriesgada.
Hace mil años, Tat-Hogsta confió el secreto de la resurrección de los
doce Dioses Olvidados a un sacerdote llamado Ilk, que lo guardaría celosamente
y se lo transmitiría a su sucesor, formando una cadena que se prolongó durante
todo el milenio. Tat-Hogsta y sus hermanos durmieron desde entonces, bajo la
protección de los fieles.
Han pasado mil años desde aquello. Ha llegado el momento del despertar de
los Dioses y los cuatro vientos de Kalpana arrastran algo extraño: aroma a
guerra.
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